jueves, 30 de mayo de 2013

"El cielo parecía estar resquebrajándose con cada trueno"

Un parpadeo.
Una gota de agua.
Una exhalación.
Cerró los ojos, acariciando su propia piel con las largas pestañas, e inclinó la cabeza hacia atrás, sumergiendo el brillante cabello en el estanque. Éste se expandió como un abanico en torno a su cabeza, ondulándose sinuosamente con el palpitar del agua. En la tranquilidad del bosque, su entrenado oído escuchada sonidos apenas perceptibles: el lejano fluir del arroyo, el revolotear de un pájaro en la frondosidad de los árboles, un correteo rápido y ágil sobre el húmedo suelo, una leve brisa susurrando entre las hojas.
De repente, algo pequeño cayó en el lago con un sonido hueco, perturbando su paz. Frunció levemente el ceño, manteniendo los ojos cerrados, y tensó poco a poco todos los músculos de su cuerpo, que flotaba desnudo en la calma interrumpida del corazón del bosque.

El ruido se oyó nuevamente. A pesar de su semblante sereno y de dejarse mecer por las aguas, todos sus sentidos estaban alerta y su mente trabajaba velozmente, analizando la información, ofreciendo respuestas, calculando estrategias. El sonido se dejó oír una vez más, y otra, y otra, hasta que una gota de lluvia le acertó en la frente. Abrió los ojos de golpe al tiempo que un trueno rugía en el cielo, cubierto por completo por nubes grises y vaporosas. La lluvia comenzó a caer en abundancia y con fuerza, estallando en las hojas de los árboles, rompiendo la superficie del agua cristalina.

Se dio la vuelta perezosamente y braceó hasta la orilla, donde le esperaban sus ropas, yaciendo sobre un suelo cada vez más embarrado, junto a un puñal semioculto bajo una roca y un fardo. Emergió con pasos firmes, con un medallón golpeando sobre su pecho, mientras se escurría el largo pelo castaño. Se vistió con las ligeras telas, sin importarle que estuviesen sucias y mojadas, al tiempo que se recriminaba no haber olido la tormenta acercándose, ni haber percibido las primeras gotas cayendo sobre los árboles y el suelo. La salpicadura en el estanque había eclipsado para ella todo lo que pasase fuera del agua. Aquello podría haber resultado fatal en alguna otra situación. Se prometió a sí misma no volver a cometer el mismo error.

Estaba completamente mojada. Un escalofrío recorrió su espalda y le puso la piel de gallina. Recogió el puñal y lo sujetó al cinto, de cuero, cerrado con un broche sencillo de plata; se colgó el fardo y penetró en la espesura del bosque. De las ramas bajas de un árbol cercano, camuflados, colgaban un carcaj lleno de flechas y un arco. Se apoderó de ellos, sintiéndose mucho más segura portando sus armas, y, mientras una lluvia torrencial caía sobre ella y el cielo parecía estar resquebrajándose con cada trueno, echó a andar, descalza, a través del bosque, siguiendo el riachuelo que nacía del estanque en el que se había bañado y que fluía montaña abajo.

2 comentarios:

Burbujea pues...