Tus dedos me saludaban en una noche de domingo, el calor nos abrumaba pero eras tú quien se arrimaba a darme ese calor que me sobraba. El sudor nos acompañó en una noche sin final que acababa solo con la luz del primer sol de la semana.
Tú sobre mi cálida espalda hacías círculos -o corazones- jugando a la vez con mis lunares, yo sonreía al saber que estabas ahí, conmigo, otro domingo.
Era el invierno del 98, eramos jóvenes y nos queríamos, entonces no supimos ver que un día maduraríamos y nuestros caminos se distanciarían. Yo me casé con Elena y creo que tú también conociste a alguien especial hace unos años. Casi me había olvidado de ti hasta que te vi en aquel bar de copas.
Tú salías de trabajar tras un duro día, yo disfrutaba de la libertad que me cedían los domingos y nos saludamos.
Entonces fue cuando esa calurosa noche de verano "tus dedos me saludaban en una noche de domingo..."
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