sábado, 2 de febrero de 2013

Incongruencia de un despropósito

Era un día de lo más normal, el sol brillaba intensamente en el cielo y al joven chico le apeteció ver a lo que, con más cariño, había tenido en su vida. Decidió proponerle un encuentro de lo más vulgar y ordinario, nada destacable pero muy criticable. Ella realmente aceptó pero el tic-tac de las horas hizo mella en su cabeza diciéndole que no, que era todo un gran error.

El chico desperdició todas sus oportunidades y ni siquiera ella quería verle ya, ni siquiera un miserable rato. Él se preguntó: "¿por qué no quiere verme ahora que ya sé como debo verla?". Con las manos en la cabeza, dudaba hasta del caminar de las personas, del silbar del viento y del crecer de los árboles.
Había intentado verla como si nada, acabando siempre en un encuentro bastante dañino y descontrolado. Había intentado olvidarla y en su cabeza solo volvían recuerdos que le hacían estirarse de los pelos. Pero ahora ya estaba convencido, al menos en parte, de que ya no eran nada y de que ella quería continuar sin él.

La vida del chico era un pedregoso camino de piedras incrustadas y en ella todo se dividía en dos estados:
El primero era el de bienestar, o más bien bienestar superficial. Este estado se debía únicamente a cuando salía y estaba ocupado con sus amigos o cuando se entretenía viendo una película o similar. Este estado de bienestar se veía muchas veces limitado únicamente a los amigos ya que el resto de momentos era consumido por el otro estado
El otro estado, mucho más oscuro, dependía completamente de su mente. en éste el chico sólo pensaba en el porqué de todo y en la causa inhumana e injustificada de que el sol dejase de brillar de esa manera.

Debería de tener el único objetivo de hacer que la sombra de su interior desapareciera, pero no, él ni siquiera lo intentaba. Todo era tan difícil...
El problema es que para olvidarse de todo debía hacer cosas no escritas para sentirse realizado y cumplido. Él sabía que todo había sido enorme y especial pero faltaban cosas por hacer, cabos sueltos por decirse de alguna forma. Y eso le producía un tercer estado, que era ciertamente una mezcla de ambos, en el cual se encontraba mal pero sabía que cumpliendo esos objetivos podrían volver a sonreír. Juntos o no.

Entonces el joven puso en práctica su idea, elaborar una lista de cosas pendientes y así finalizar este viaje tan intenso cargados de humor, lágrimas y sonrisas. Como había sido el resto del camino.
La misión era difícil, puede que incluso fuera la primera vez en su vida que estuviese a cargo de algo tan importante y la primera vez en la que tuviera algo tan fijado en su mente, y por ello debía de tener las cosas muy claras.

Debía saber que el hacer esto no tenía que ir enlazado con ningún fin porque, a pesar de todo, ella ya se había puesto en marcha hacía su propio horizonte, de la mano de su propio espíritu.

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